martes, 6 de noviembre de 2012

VERGÜENZA DE FRACASO. EDUCAR(NOS) Amigos de Milani


Hoy os dejo la editorial de la revista Educar(nos),  una cuestión que nos debería hacer pensar mucho y reflexionar a los que nos dedicamos a esto de la educación de nuestros menores. 

Pensamos que con independencia de a qué país se refieran las cifras, el problema puede ser analizado desde diferentes puntos de vista y, desde luego, países. Eso sí debe hacerse en cada caso de acuerdo a cada contexto. 

Una las cuestiones que, durante muchos años, he venido observando que tiene un efecto importantísimo en la organización y el funcionamiento de los centros educativos, ha sido la coordinación de esfuerzos y energías en la actuación de los miembros de la comunidad educativa. Sabemos que los equipos directivos son vitales para la organización y el funcionamiento de los centros educativos, sin ninguna duda. Pero la impotencia que se siente cuando el límite y el fracaso de algunos alumnos son consecuencia de barreras invisibles que atenazan nuestro quehacer diario, entonces uno se pregunta ¿cómo podemos saltar esa barrera?

Quizá en el fondo esté aquello que se dice que "lo que no  se ve no existe" y quizá en demasiadas ocasiones no vemos las dificultades de nuestro alumnado o simplemente no las valoramos en su justa medida. En todo caso cuando buscamos con celo y perseverancia solemos encontrar las causas de los problemas y entonces debemos poner todo nuestro saber y voluntad en ofrecer toda la ayuda precisa.


Editorial.
¡Vergüenza de fracaso! ¿Por qué resiste tanto el llamado “fracaso escolar” en España? Miles de alumnos sin la  enseñanza obligatoria. Para mucha gente es una vergüenza, y puede que, para todos, síntoma de algo peor.
La vergüenza primera es para los promotores de las grandes Leyes y Reformas educativas promulgadas en España desde la democracia y la Constitución del 78. La educación franquista tenía
muchos fallos, pero su desigualdad era insufrible; la democracia no toleró diferencias y luchó por escolarizar bien a todos. Echó mano de las escuelas privadas (que eran muchas y de pago con Franco) y, primero, las subvencionó y, luego, (un gobierno socialista) concertó con ellas la gratuidad total en una “escuela única igual para todos”. Prolongar la escolaridad obligatoria hasta los 16 años fue la campanada educativa de la democracia. Aquellos legisladores no se merecen hoy tantos chicos y chicas desiguales.
La segunda vergüenza sería para los alumnos sin su primer título escolar. Una vergüenza sorda y sostenida, suspenso tras suspenso, año tras año repetido o no, viendo pasar compañeras y colegas. Pero no. La segunda no es suya, con ser la más dolorosa.
Antes que los chicos se han de avergonzar –y mucho– los pedagogos (o psicopedagogos, mejor) que diseñaron las Leyes y sus mil decretos.
Los que montaron el currículo… ¿En qué estaban pensando? Otros de su propia casta formaron a los maestros y maestras… (A los profesores licenciados, no; porque a esos no los formó nadie, ni los cursos del CAP. Son auto-didactas). La tercera vergüenza, pues, para el profesorado superior y para quienes, luego, aplican el suspenso a los chavales. Los describe la Carta a una maestra: “son como los curas y las putas. Se enamoran enseguida de las criaturas. Si luego las pierden no tienen tiempo de llorar”.
Frente a esos profes que suspenden están (privados y concertados casi siempre) los que enseñan a los mejores y se dedican a seleccionar la excelencia. Vergüenza ajena nos dan ¡y verás si se ponen de moda con estos mamarrachos de los recortes en educación!
La quinta debería cubrirla el seguro: es para los libreros y fabricantes del inmenso negocio del “material escolar”, que siempre gana. A los que no llegan a la meta no les sirve de mucho. Que les devuelvan el dinero.
Los suspensos y sus padres podrían perder el sonrojo, porque se equivocan de vergüenza si creen no valer ni para lo general y básico. A la escuela no se va a por un título, sino a enterarse de la vida. Pero ni Pierino, el empollón, ni sus papás se han enterado bien. La enfermedad es esa, no el fracaso.

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